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Increíble pero cierto. El móvil ha sido relegado a un segundo plano en una vivienda familiar en pleno s.XXI y el Walkie Talkie se ha impuesto con gran ventaja.

La semana pasada me invitaron a una barbacoa en casa de una amiguita del colegio de mi hija. Iban a ir varios compañeros suyos y sus padres, en total 20 personas, una locura en mi opinión, pero llevábamos mucho tiempo diciendo que deberíamos reunirnos alguna vez fuera del entorno escolar y el padre de esta niña se ofreció porque tienen un chaletazo importante con barbacoa.

Walkies para hablar

El evento transcurrió con normalidad pero había algo que llamó mi atención nada más llegar a la vivienda: se llamaban entre ellos con Walkie Talkies cuando su mujer estaba en la cocina o cuando quería llamar a sus hijos.

Habíamos comido ya y estábamos sentados alrededor de una chimenea mientras los niños seguían jugando fuera en el jardín cuando no pude aguantar más mi curiosidad y les pregunté. La respuesta me pareció lo más coherente que había oído en años y, aunque en mi caso no hay necesidad, mi vivienda tiene 90 m2, aplicaría la idea si tuviera oportunidad.

Antonio, el padre, heredó de su padre un negocio familiar que ha ido creciendo a lo largo de los años, podemos decir que es un empresario de éxito en las islas. Debido a ello, había días que se pasaba más horas pegado al teléfono móvil que hablando con su familia, a pesar de ser festivo o fin de semana, y aquello estaba empezando a causar mella en su matrimonio. Tras darle muchas vueltas, un día encargo este walkie talkie por Internet y llegó a casa cargado con cuatro ejemplares. Le dio uno a su mujer, otro a su hijo mayor, otro a la niña y él se quedó con el cuarto. “A partir de hoy están prohibidos los móviles en esta casa. Cuando se cruce la puerta todos deberéis dejar el teléfono en el cajón de entrada, apagado, y lo volveréis a coger cuándo salgáis de casa. Si alguien necesita contactar con nosotros que llame al fijo y si queréis llamaros dentro de casa porque la mamá o yo estamos en el jardín o bajo, en el gimnasio, utilizáis el walkie, nada de gritos”.

Desde entonces todos cumplieron la norma (bueno, su hijo se la salta de vez en cuando para mandar WhatsApp) y viven sin móviles dentro del chalet y a mí me da envidia no tener la fuerza necesaria como para implantar la misma norma en casa. No por mi trabajo, ni por mi mujer, sino porque odio esos chismes y no me gustan un pelo al lado de mis hijos pero, la realidad es que a veces son necesarios o, más bien, los hemos hecho necesarios.

Ellos necesitan de los walkies para encontrarse por la casa, es enorme, pero en la mayoría de los casos no se necesita ni siquiera eso así que, en realidad, poner esa normal es mucho más fácil de lo que pensamos, sólo que al final no se implanta porque en mi casa, no se cumpliría.

No me gustan los móviles, no los quiero cerca pero los necesito, me gustaría olvidar el mío en un cajón y que mi mujer también lo hiciera, pero luego pienso en las ventajas de tenerlo a mano y soy incapaz de deshacerme de ellos. Creo que, aunque no queramos verlo, todos estamos un poco enganchados a ese aparatito y, a veces, no es ni siquiera culpa nuestra sino de la sociedad que nos obliga a tenerlo con el fin de no quedar al margen.

 

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